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ANNALES- LIBER I

LIBRO PRIMERO

Primera parte

 


Muere Augusto en Nola. - Sucédele Tiberio, que estudia por encubrir el deseo de reinar. - Amotínanse las legiones de Panonia, para cuyo remedio envía Tiberio a su hijo Druso, el cual, no sin trabajo, las compone. - Otro motín de las legiones de Germánico. Sosiégale Germánico con efusión de sangre. - Lleva el ejército a los enemigos, y alcanza victoria de varias naciones de Germania. Julia, hija de Augusto, acaba su vida en Regio. - Institúyense sacerdotes en honor de Augusto y los juegos llamados Augustales.


I. La ciudad de Roma fue a su principio gobernada por reyes. Lucio Bruto introdujo la libertad y el consulado. Las dictaduras se tomaban por tiempo limitado, y el poderío de los diez varones (decemviros) no pasó de dos años, ni la autoridad consular de los tribunos militares duró mucho. No fue largo el señorío de Cinna, ni el de Sila, y la potencia de Pompeyo y Craso tuvo fin en César, como las armas de Antonio y Lépido en Augusto, el cual, debajo del nombre de príncipe (1) se apoderó de todo el Estado, exhausto y cansado con las discordias civiles. Mas las cosas prósperas y adversas de la antigua República han sido contadas ya por claros escritores; y no faltaron ingenios para escribir los tiempos de Augusto, hasta que poco a poco se fueron estragando al paso que iba creciendo la adulación. Las cosas de Tiberio, de Cayo (2), de Claudio y aun de Nerón fueron escritas con falsedad, floreciendo ellos por miedo, y después de muertos, por los recientes aborrecimientos; de que me ha venido deseo de referir pocas cosas, y ésas las últimas de Augusto; luego el principado de Tiberio y los demás, todo sin odio ni afición, de cuyas causas estoy bien lejos.

II. Después que por la muerte de Bruto y Casio cesaron las armas públicas; vencido Pompeyo en Sicilia (3), despojado Lépido, muerto Antonio, sin que del bando de los Julios quedase otra cabeza que Octavio César; dejado por él el nombre de uno de los tres varones (triunviros), llamándose cónsul, y por agradar al pueblo con encargarse de su protección, contentándose con la potestad de tribuno (4); después de haber halagado a los soldados con donativos, al pueblo con la abundancia y a todos con la dulzura de la paz, comenzó a levantarse poco a poco, llevando a sí lo que solía estar a cargo del Senado, de los magistrados y de las leyes, sin que nadie le contradijese. Habiendo faltado a causa de las guerras y proscripciones los más valerosos ciudadanos, y los otros nobles cayendo en que cuanto más prontos se mostraban a la servidumbre tanto más presto llegaban a las riquezas y a los honores; viéndose engrandecidos por este medio, quisieron más el Estado presente seguro que el pasado peligroso. Ni a las mismas provincias fue desagradable esta forma de Estado, sospechosas del Gobierno del Senado y del pueblo a causa de las diferencias entre los grandes y avaricia de los magistrados, siéndoles de poco fruto el socorro de las leyes enflaquecidas con la fuerza, con la ambición y finalmente con el dinero.

III. Para mayor apoyo de su grandeza hizo pontífice y edil curul a Claudio Marcelo (5), hijo de su hermana, de muy poca edad, y señaló de dos consecutivos consulados a Marco Agripa (6), de humilde linaje, aunque útil en la guerra y compañero en la victoria, a quien en muriendo Marcelo hizo su yerno. Honró con nombre imperial a sus antenados Tiberio Nerón y Claudio Druso (7) estando en pie y entera todavía su casa; porque él había adoptado en la familia de los Césares a Cayo y Lucio (8), hijos de Agripa; y antes de dejar la vestidura pueril llamada pretexta (9), les hizo dar nombre de príncipes de la juventud, habiendo deseado ardentísimamente que fuesen nombrados para cónsules, aunque con aparentes muestras de rehusado. Muerto Agripa, murieron también Lucio César, yendo a gobernar los ejércitos de España, y Cayo, enfermo ya con ocasión de cierta herida, volviendo de Armenia, por una apresurada sentencia del hado o por industria de su madrastra Livia; conque muerto ya mucho antes Druso, quedó de todos los antenados sólo Tiberio Nerón, a quien al punto se volvieron los ojos de todos. Éste fue luego tomado por hijo, por compañero en el Imperio o por asociado en la potestad tribunicia, mostrado a todos los ejércitos, no como hasta allí, con ocultos artificios de su madre, sino a la descubierta, como declarado sucesor. Habíase hecho Livia tan señora del viejo Augusto, que le hizo desterrar a la isla Planasia (10) a su único nieto Agripa póstumo (11), mozo a la verdad inculto y rudo; y por ocasión de sus grandes fuerzas, locamente feroz, aunque no convencido de algún delito. Consignó a Germánico, hijo de Druso, las ocho legiones que estaban alojadas en las riberas del Rin, y mandó a Tiberio que le adoptase, puesto que tenía un hijo de poca edad; y esto para fortificarse por más partes. No había en aquel tiempo otra guerra que con los germanos, más por vengar la infamia del ejército que perdió Quintilio Varo (12), que por deseo de extender el Imperio o por otro digno premio. La ciudad quieta, el mismo nombre de magistrados, los más mozos nacidos después de la victoria de Accio, y de los viejos muchos durante las guerras civiles, ¿quién quedaba que pudiese acordarse de haber visto República?

IV. Así, pues, trastornado el Estado de la ciudad, no quedando ya cosa que oliese a las antiguas y loables costumbres, todos, quitada la igualdad, esperaban los mandatos del príncipe sin algún aparente temor de mayor daño, mientras Augusto, robusto de edad, sostuvo a sí mismo, a su casa y a la paz. Mas después que su excesiva vejez llegó a ser trabajada también con enfermedades corporales, comenzando a mostrarse cercano el fin de su largo imperio y las esperanzas del venidero, pocos y acaso ninguno trataban de los bienes de la libertad, muchos temían la guerra, otros la deseaban, y la mayor parte no cesaba de discurrir contra los que parecía que habían de ser presto sus señores, diciendo que Agripa, cruel de naturaleza e irritado de las ignominias recibidas, no tenía edad ni experiencia capaz de tan gran peso; que Tiberio Nerón, aunque de edad madura, probado en guerras, era al fin de aquel linaje soberbio de los Claudios, y con todo su artificio se le veían brotar muchos indicios de crueldad; que ése, criado desde niño en una casa acostumbrada a reinar, cargado de consulados y de triunfos (13), ni aun en los años que (so color de recrear el ánimo con la soledad) pasó su destierro en Rodas, imaginó jamás otra cosa que ira, disimulación y ocultas lujurias; que se veía además de esto a su madre Livia, de mujeril fragilidad, y que al fin había de ser necesario servir a una mujer y a dos mancebos (14), para que algún día resolviesen o dividiesen la República, sin cansarse, entretanto, de oprimirla y arruinarla.

V. Entretanto que se hacen estos y semejantes discursos, se le agrava la enfermedad a Augusto, no sin sospechas de alguna maldad en su mujer; porque era fama que Augusto, pocos meses antes, confiándose de algunos y acompañado de Fabio Máximo, había pasado a la Planasia por ver a Agripa, adonde hubo muchas lágrimas de una parte y otra y varias muestras de amor, con que parece se le dio esperanza al mozo de que había de volver presto a casa de su abuelo; lo que, revelado por Máximo a su mujer y por ella a Livia, llegó a los oídos de César. Súpose poco después porque, muerto Máximo (dúdase si él mismo se mató), se oyeron en sus honras los lamentos de Marcia, que se acusaba de haber sido causa de la muerte de su marido. Sea como fuere, llegado apenas el ilírico Tiberio, fue con diligencia llamado por cartas de su madre. No se sabe bien si halló todavía vivo a Augusto en la ciudad de Nola, o acabado ya de morir, porque Livia había hecho poner guardias alrededor de palacio y por los caminos, dejando tal vez correr algunas alegres nuevas, hasta que, acomodadas las cosas necesarias al tiempo, se publicó a un mismo punto que Augusto era muerto y que quedaba todo el poder en Tiberio Nerón.

Fuente: http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/historia/tacito/1.html