Coincidiendo con el comienzo del nuevo curso académico, vuelven a oírse los clamores de los docentes y amantes del mundo de las clásicas en diversos escenarios porque estas continúan con su lento y largo agonizar por los institutos de toda España. Sin embargo, esa agonía cíclica y recurrente, cuando no tiene como desenlace la desaparición de grupos de latín y/o griego, tiene como efecto rebote y casi vengador la docencia con un grupo reducido de alumnado que pasa a ser la envidia del resto de claustrales.

Este efecto colateral y paradójico es especialmente manifiesto en la pandemia que vivimos actualmente. La COVID-19 ha hecho en algunos centros que esos grupos de Bachillerato, ya de por sí reducidos en clásicas, lo sean todavía más, mientras el resto de materias sigue disfrutando de su aforo repleto.

Pero no es conviente perder de vista nunca que este bienestar es producto de una aniquilación fallida de nuestras materias, y que, cuando se consigue la eliminación de algún grupo de clásicas, nadie, salvo los intrínsecamente afectados, lo suele lamentar.

 

 

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