El curso escolar 2019/2020 ha sido raro. Muy raro, diría yo. Por muchas razones.

Comenzaba, como viene siendo habitual y normativo, allá por el mes de septiembre un camino totalmente por descubrir pero, ya en esos momentos, mis sensaciones iban a mil: era mi primer año fuera del Ategua, de mi inolvidable Ategua. Se juntaba con los nervios propios de cualquier comienzo de clases un traslado desde un pequeño pueblo de apenas unos pocos miles de habitantes (Castro del Río, en Córdoba) a la capital de Andalucía.
Papeles por cambiar, nuevas maneras de desplazarse, un centro de colosales dimensiones en todos los aspectos y la mudanza de casi toda una vida agitaban mi tranquilo quehacer diario.

El IES Murillo me recibió con los brazos abiertos, de manera muy acogedora, pero en esa época para mí se mostraba como un magnífico gigante que cada día engullía más de mil alumnos y cien docentes.

Finalmente, el alumnado. ¿Cómo sería el alumnado de la capital? ¿Qué idiosincrasia presentarían los grupos que me tocaran en suerte y a los que yo iba a tocar igualmente en suerte?

Pero la ‘gens’ de Clásicas es maravillosa. Los dos grupos con los que iba a compartir aula, cada uno muy diferente del otro, por supuesto, me iban a posibilitar nuevas experiencias reconfortantes.

#sumusmurilloA pesar de las mutuas reticencias iniciales, creo que conectamos, como dicen los modernos, bastante bien desde el principio. Con los dos grupos. Pero estas palabras van dedicadas al grupo de segundo que, como siempre pasa por estas fechas, sale del instituto para continuar nuevos caminos. Todos los junios. Todos los años. Como debe ser.

Por aquello de las lenguas clásicas, debía compartir 8 horas semanales, nada más y nada menos, con nueve chicas y un chico (lo de Apolo y las nueve musas vendría bien aquí) acostumbrados a otros modos y maneras.
Y, al principio, ese lógico período de ajuste existió: debíamos ponernos de acuerdo en todo y rápidamente. Y mi impresión es que así fue.

Ocho horas lectivas semanales dan para muchos momentos. Dan para muchas risas, algunas confidencias y alguna que otra lágrima también. Faltaría.
Me encontré con un grupo trabajador y dispuesto a colaborar en todo. Pero, especialmente, con grandes personas.
Nos dio tiempo a obtener nuestro ‘Certificado europeo en latín y griego‘, a participar en el concurso ‘Odisea‘, en ‘De Roma a Gades‘ e, incluso, a felicitar los cumpleaños cantando en lengua latina.

Pero, de repente, un 13 de marzo, todo se interrumpió… bruscamente. Salimos de nuestro instituto para no volver.
De repente, ya nadie levantaría más la mano en clase, ya nadie llegaría tarde porque el servicio estaba siempre muy ocupado, ya nadie diría o haría más nada. El COVID-19 nos robó medio curso de proyectos y, sobre todo, de convivencia.

Pero, como no podía ser de otra manera, ningún virus iba a interrumpir nuestro trabajo y relación. Solo nos obligó a reinventarnos.

Rápidamente, la teledocencia, aunque fuera con nuestros propios medios, nos permitió continuar visitando a los amados autores clásicos y pudimos seguir hablando de Catilina, la Galia y los diez mil como si no hubiera pasado casi nada. Aprovecho, igualmente, este momento para ensalzar públicamente el trabajo realizado por mi alumnado, adaptándose a las nuevas circunstancias con la acostumbrada normalidad.

Los mismos medios telemáticos nos permitían seguir en contacto personal, aunque no, está claro, como si estuviéramos en el aula.
Y un buen día me llega un correo con un enlace a un vídeo. Un vídeo que guardo y guardaré como preciado tesoro pero que no necesito volver a ver pues está y estará siempre grabado en mi mente y en mi corazón. Un vídeo en el que mi alumnado recordaba cuántas cosas habíamos vivido y cuántas cosas habíamos aprendido, a pesar de que nos han robado medio curso.

En fin, el círculo se vuelve a completar una vez más. Otro curso acaba, otro empieza. Sin embargo, ya formáis, queridos alumnos, parte para siempre de mi vida y … yo de la vuestra.
Os deseo que la diosa Fortuna os acompañe siempre y que nunca olvidéis este cursus interruptus.

Curate ut valeatis. Cuidaos.

Para María A., Elena G., María G., María H., Hugo L., Marta L., Ángela M., Marta P., Carlota S. y Ángela V.