LIBER I
XXIV
Forte in duobus tum exercitibus erant trigemini fratres, nec aetate nec viribus dispares. Horatios Curiatiosque fuisse satis constat, nec ferme res antiqua alia est nobilior; tamen in re tam clara nominum error manet, utrius populi Horatii, utrius Curiatii fuerint. Auctores utroque trahunt; plures tamen invenio qui Romanos Horatios vocent; hos ut sequar inclinat animus. Cum trigeminis agunt reges ut pro sua quisque patria dimicent ferro; ibi imperium fore unde victoria fuerit. Nihil recusatur; tempus et locus convenit. Priusquam dimicarent foedus ictum inter Romanos et Albanos est his legibus ut cuiusque populi ciues eo certamine vicissent, is alteri populo cum bona pace imperitaret. Foedera alia aliis legibus, ceterum eodem modo omnia fiunt. Tum ita factum accepimus, nec ullius vetustior foederis memoria est. Fetialis regem Tullum ita rogavit: "Iubesne me, rex, cum patre patrato populi Albani foedus ferire?" Iubente rege, "Sagmina" inquit "te, rex, posco." Rex ait: "Pura tollito." Fetialis ex arce graminis herbam puram attulit. Postea regem ita rogavit: "Rex, facisne me tu regium nuntium populi Romani Quiritium, uasa comitesque meos?" Rex respondit: "Quod sine fraude mea populique Romani Quiritium fiat, facio." Fetialis erat M. Valerius; is patrem patratum Sp. Fusium fecit, verbena caput capillosque tangens. Pater patratus ad ius iurandum patrandum, id est, sanciendum fit foedus; multisque id verbis, quae longo effata carmine non operae est referre, peragit. Legibus deinde, recitatis, "Audi" inquit, "Iuppiter; audi, pater patrate populi Albani; audi tu, populus Albanus. Vt illa palam prima postrema ex illis tabulis ceraue recitata sunt sine dolo malo, utique ea hic hodie rectissime intellecta sunt, illis legibus populus Romanus prior non deficiet. Si prior defexit publico consilio dolo malo, tum ille Diespiter populum Romanum sic ferito ut ego hunc porcum hic hodie feriam; tantoque magis ferito quanto magis potes pollesque." Id ubi dixit porcum saxo silice percussit. Sua item carmina Albani suumque ius iurandum per suum dictatorem suosque sacerdotes peregerunt.
XXV
Foedere icto trigemini, sicut conuenerat, arma capiunt. Cum sui utrosque adhortarentur, deos patrios, patriam ac parentes, quidquid civium domi, quidquid in exercitu sit, illorum tunc arma, illorum intueri manus, feroces et suopte ingenio et pleni adhortantium vocibus in medium inter duas acies procedunt. Consederant utrimque pro castris duo exercitus, periculi magis praesentis quam curae expertes; quippe imperium agebatur in tam paucorum virtute atque fortuna positum. Itaque ergo erecti suspensique in minime gratum spectaculum animo incenduntur. Datur signum infestisque armis velut acies terni iuvenes magnorum exercituum animos gerentes concurrunt. Nec his nec illis periculum suum, publicum imperium seruitiumque obuersatur animo futuraque ea deinde patriae fortuna quam ipsi fecissent. Vt primo statim concursu increpuere arma micantesque fulsere gladii, horror ingens spectantes perstringit et neutro inclinata spe torpebat vox spiritusque. Consertis deinde manibus cum iam non motus tantum corporum agitatioque anceps telorum armorumque sed volnera quoque et sanguis spectaculo essent, duo Romani super alium alius, volneratis tribus Albanis, exspirantes corruerunt. Ad quorum casum cum conclamasset gaudio Albanus exercitus, Romanas legiones iam spes tota, nondum tamen cura deseruerat, exanimes vice unius quem tres Curiatii circumsteterant. Forte is integer fuit, ut universis solus nequaquam par, sic adversus singulos ferox. Ergo ut segregaret pugnam eorum capessit fugam, ita ratus secuturos ut quemque volnere adfectum corpus sineret. Iam aliquantum spatii ex eo loco ubi pugnatum est aufugerat, cum respiciens videt magnis interuallis sequentes, unum haud procul ab sese abesse. In eum magno impetu rediit; et dum Albanus exercitus inclamat Curiatiis uti opem ferant fratri, iam Horatius caeso hoste victor secundam pugnam petebat. Tunc clamore qualis ex insperato fauentium solet Romani adiuuant militem suum; et ille defungi proelio festinat. Prius itaque quam alter—nec procul aberat—consequi posset, et alterum Curiatium conficit; iamque aequato Marte singuli supererant, sed nec spe nec viribus pares. Alterum intactum ferro corpus et geminata victoria ferocem in certamen tertium dabat: alter fessum volnere, fessum cursu trahens corpus victusque fratrum ante se strage victori obicitur hosti. Nec illud proelium fuit. Romanus exsultans "Duos" inquit, "fratrum manibus dedi; tertium causae belli huiusce, ut Romanus Albano imperet, dabo." Male sustinenti arma gladium superne iugulo defigit, iacentem spoliat. Romani ouantes ac gratulantes Horatium accipiunt, eo maiore cum gaudio, quo prope metum res fuerat. Ad sepulturam inde suorum nequaquam paribus animis vertuntur, quippe imperio alteri aucti, alteri dicionis alienae facti. Sepulcra exstant quo quisque loco cecidit, duo Romana uno loco propius Albam, tria Albana Romam versus sed distantia locis ut et pugnatum est.
LIBRO I
XXIV
Había entonces por casualidad en los dos ejércitos tres hermanos gemelos, no diferentes ni en edad ni en fuerzas. Es bien conocido que eran los Horacios y los Curiacios y casi no hay otro hecho antiguo más conocido; sin embargo, en el asunto tan claro de los nombres, permanece un error, de qué pueblo eran los Horacios, de cuál eran los Curiacios. Los autores citan a uno u otro, sin embargo, encuentro que hay más que llaman Horacios a los romanos; mi ánimo se inclina a seguir a estos. Los reyes encargan a los tres gemelos que cada uno luche con el hierro por su patria, que el poder estaría allí donde estuviera la victoria; nada es rechazado; estableció el tiempo y el lugar. Antes de que lucharan se hizo un pacto entre los romanos y los albanos con estas condiciones: que este de cuyo pueblo los ciudadanos vencieran en esta lucha, regiría el otro pueblo con moderación. Otro tratado con otras leyes, por lo demás, todos se hacían del mismo modo. Entonces, aceptamos así el hecho y no se recuerda ningún otro tratado más antiguo. El fecial preguntó así al rey Tulo: “¿Me mandas, rey, acabar un tratado con el jefe de los feciales del pueblo albano?” Mandándolo, el rey dijo: “Rey, te pido la hierba sagrada.” El rey dijo: “Toma la hierba pura.” El fecial trajo de la fortaleza una hierba del césped. Después preguntó así al rey: “Rey, ¿me haces mensajero real de los ciudadanos del pueblo romano, a mí, los vasos sagrados y mis compañeros?” El rey respondió: “Hago esto que se haga sin daño mío ni de los ciudadanos del pueblo romano.” El fecial era Marco Valerio; este hizo jefe de los feciales a Sp. Fusio, tocando con la hierba su cabeza y sus cabellos. El jefe de los feciales es hecho para hacer un juramento solemne, esto es, para confirmar el tratado; expuso esto con muchas palabras que no es necesario repetir, dicha una larga fórmula. Luego, leídas las condiciones, dijo: “Escucha, Júpiter; escucha, jefe de los feciales del pueblo romano; escucha tú, pueblo albano. Como aquellas han sido leídas abiertamente en aquellas tablas o en cera, desde la primera a la última y como aquí hoy estas han sido conocidas bien, el pueblo romano no será el primero que falte a las leyes. Si faltara antes por una decisión pública con engaño entonces, tú, Júpiter, hiere al pueblo romano así como yo hoy aquí hiero a este cerdo; e hiérelo tanto más cuanto más fuerza y poder tienes.” Cuando dijo esto, golpeó al cerdo con una piedra de sílice. Asimismo, los albanos hicieron su fórmula y su juramento mediante su dictador y sus sacerdotes.
XXV
Hecho el pacto, los tres gemelos, como se había convenido, cogen las armas. Como los suyos animaban a cada uno, que los dioses patrios, la patria y los padres, cualquiera de los ciudadanos que estuviera en la ciudad,, cualquiera que estuviera en el ejército, miraban entonces sus armas, sus manos, tanto valerosos por su propio ingenio como satisfechos por las voces de los que los exhortaban, avanzan hacia el centro entre los dos ejércitos. Los dos ejércitos se detienen a ambos lados frente al campamento, más desprovistos de un peligro inminente que de temor, porque se trataba del imperio colocado en la suerte y el valor de tan pocos. Así pues, atentos y ansiosos a un espectáculo en nada grato, son excitados en su ánimo. Se dio la señal y como un ejército en orden de batalla, los grupos de tres jóvenes se lanzan llevando los ánimos de grandes ejércitos. No se les muestra en su ánimo ni a estos ni a aquellos su peligro, se les muestra el poder y la esclavitud públicos y luego esta suerte futura de su patria del modo que ellos la hagan.
Tan pronto como, al primer choque, resonaron las armas y resplandecieron las brillantes espadas, un profundo horror sobrecogió a los espectadores y, no inclinándose la esperanza hacia ninguno de los dos, la voz y el aliento se paralizaban. Luego, iniciado el combate (trabadas las manos), como ya no sólo el movimiento de los cuerpos y la ambigua agitación de los dardos y las armas, sino también las heridas y la sangre estaban a la vista, heridos los tres albanos, dos romanos, uno sobre otro, cayeron muertos. A la muerte de estos, como el ejército albano gritara de alegría, a las legiones romanas las había abandonado ya toda esperanza, todavía no, sin embargo, la preocupación, exánimes por el destino de uno solo al que habían rodeado los tres Curiacios. Por casualidad, este resultó ileso, aunque de ningún modo era par contra todos, del mismo modo terrible contra cada uno. Por eso, para separar la lucha de esos, emprende la fuga, pensando que lo seguirían según como el cuerpo, afectado por la herida, se lo permitiera a cada uno. Ya se había alejado algún espacio de aquel lugar donde se luchó, cuando, volviéndose, ve a los que le siguen a gran distancia y que uno está no lejos de él. Se volvió contra aquel con gran ímpetu; y mientras el ejército albano aclama a los Curiacios para que lleven ayuda a su hermano, el Horacio, ya vencedor, muerto el enemigo, pedía una segunda batalla. Entonces con un clamor como suele surgir de lo inesperado de las cosas favorables, los romanos alientan a su soldado; y ese se apresura a poner fin al combate. Así pues, antes de que el otro -y no estaba lejos- pudiera alcanzarlo, mató también al segundo de los Curiacios, y ya, igualado el combate, quedaban uno por cada lado, pero no iguales ni en esperanza ni en fuerzas. A uno, intacto por la espada, el cuerpo y la doble victoria lo hacían terrible para el tercer combate: el otro, debilitado por la herida, cansado por la carrera, arrastrando su cuerpo y vencido por la muerte de sus hermanos anteriormente a él, se ofrece al enemigo vencedor. Y no hubo ese combate. El romano, alegre, dijo: “He dado dos a los dioses manes de mis hermanos; daré el tercero a la causa de esta guerra, para que el pueblo romano domine al albano.” Al que apenas sostenía su arma, le clavó la espada desde lo alto en el cuello, derribado lo despoja. Los romanos, gritando y alegrándose, reciben al Horacio, con tanta más alegría cuanto que el asunto estuvo cerca del miedo. Luego, para el entierro de los suyos se vuelven con ánimos de ningún modo iguales, porque unos se habían hecho con el poder, otros eran sometidos bajo un poder extranjero. Los sepulcros permanecen en el lugar en el que cada uno cayó, los dos romanos en un único lugar cerca de Alba, los tres albanos hacia Roma, pero a cierta distancia en los lugares según también se ha luchado.