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Cum subit illius tristissima noctis imago,
     quae mihi supremum tempus in urbe fuit,
cum repeto noctem, qua tot mihi cara reliqui,
     labitur ex oculis nunc quoque gutta meis.
Iam prope lux aderat, qua me discedere Caesar
     finibus extremae iusserat Ausoniae,
nec spatium nec mens fuerat satis apta parandi:
     torpuerant longa pectora nostra mora;
non mihi seruorum, comitis non cura legendi,
     non aptae profugo uestis opisue fuit.
Non aliter stupui, quam qui Iouis ignibus ictus
     uiuit et est uitae nescius ipse suae.
Vt tamen hanc animi nubem dolor ipse remouit,
     et tandem sensus conualuere mei,
alloquor extremum maestos abiturus amicos,
     qui modo de multis unus et alter erat.
Vxor amans flentem flens acrius ipsa tenebat,
     imbre per indignas usque cadente genas.
Nata procul Libycis aberat diuersa sub oris,
     nec poterat fati certior esse mei.
Quocumque aspiceres, luctus gemitusque sonabant,
     formaque non taciti funeris intus erat.
Femina uirque meo, pueri quoque funere maerent,
     inque domo lacrimas angulus omnis habet:
si licet exemplis in paruis grandibus uti,
     haec facies Troiae, cum caperetur, erat.
Iamque quiescebant uoces hominumque canumque
     Lunaque nocturnos alta regebat equos:
hanc ego suspiciens et ad hanc Capitolia cernens,
     quae nostro frustra iuncta fuere Lari,
'numina uicinis habitantia sedibus,' inquam,
     'iamque oculis numquam templa uidenda meis,
dique relinquendi, quos urbs habet alta Quirini,
     este salutati tempus in omne mihi!
Et quamquam sero clipeum post uulnera sumo,
     attamen hanc odiis exonerate fugam,
caelestique uiro, quis me deceperit error,
     dicite, pro culpa ne scelus esse putet,
ut, quod uos scitis, poenae quoque sentiat auctor:
     placato possum non miser esse deo.'
Hac prece adoraui superos ego, pluribus uxor,
     singultu medios impediente sonos.
Illa etiam ante Lares passis adstrata capillis
     contigit extinctos ore tremente focos,
multaque in auersos effudit uerba Penates
     pro deplorato non ualitura uiro.
Iamque morae spatium nox praecipitata negabat,
     uersaque ab axe suo Parrhasis Arctos erat.
Quid facerem? blando patriae retinebar amore,
     ultima sed iussae nox erat illa fugae.
A! quotiens aliquo dixi properante 'quid urges?
     uel quo festinas ire, uel unde, uide!'
A! quotiens certam me sum mentitus habere
     horam, propositae quae foret apta uiae.
Ter limen tetigi, ter sum reuocatus, et ipse
     indulgens animo pes mihi tardus erat.
Saepe 'uale' dicto, rursus sum multa locutus,
     et quasi discedens oscula summa dedi.
Saepe eadem mandata dedi meque ipse fefelli,
     respiciens oculis pignora cara meis.
denique 'quid propero? Scythia est, quo mittimur', inquam,
     'Roma relinquenda est, utraque iusta mora!
Vxor in aeternum uiuo mihi uiua negatur,
     et domus et fidae dulcia membra domus,
quosque ego dilexi fraterno more sodales,
     o mihi Thesea pectora iuncta fide!
Dum licet, amplectar: numquam fortasse licebit
     amplius; in lucro est quae datur hora mihi.'
Nec mora, sermonis uerba inperfecta relinquo,
     complectens animo proxima quaeque meo.
Dum loquor et flemus, caelo nitidissimus alto,
     stella grauis nobis, Lucifer ortus erat:
diuidor haud aliter, quam si mea membra relinquam,
     et pars abrumpi corpore uisa suo est.
Sic doluit Mettus tum cum in contraria uersos
     ultores habuit proditionis equos.
Tum uero exoritur clamor gemitusque meorum,
     et feriunt maestae pectora nuda manus.
Tum uero coniunx umeris abeuntis inhaerens
     miscuit haec lacrimis tristia uerba suis:
'non potes auelli: simul hinc, simul ibimus', inquit,
     'te sequar et coniunx exulis exul ero.
Et mihi facta uia est, et me capit ultima tellus:
     accedam profugae sarcina parua rati.
Te iubet e patria discedere Caesaris ira,
     me pietas: pietas haec mihi Caesar erit.'
Talia temptabat, sicut temptauerat ante,
     uixque dedit uictas utilitate manus.
Egredior (siue illud erat sine funere ferri?)
     squalidus inmissis hirta per ora comis.
Illa dolore amens tenebris narratur obortis
     semianimis media procubuisse domo,
utque resurrexit foedatis puluere turpi
     crinibus et gelida membra leuauit humo,
se modo, desertos modo complorasse Penates,
     nomen et erepti saepe uocasse uiri,
nec gemuisse minus, quam si nataeque meumque
     uidisset structos corpus habere rogos,
et uoluisse mori, moriendo ponere sensum,
     respectuque tamen non periisse mei.
Viuat et absentem, quoniam sic fata tulerunt,
     uiuat ut auxilio subleuet usque suo!
     Cuando me asalta la tristísima imagen de aquella noche, que para mí fue el último momento en la ciudad, cuando evoco la noche, en la que dejé tantas cosas queridas para mí, se desliza de mis propios ojos también ahora una lágrima.
     Ya casi estaba presente la luz del día, en el que César me había ordenado marchar de las extremas fronteras de Ausonia, y no había habido bastante tiempo ni ánimo de preparar las cosas convenientes: nuestro pecho había estado embotado por largo tiempo; no me preocupé de esclavos, no de elegir compañeros, no del vestido o recursos convenientes a un desterrado. Quedé aturdido no de distinta manera que el que vive golpeado por los fuegos de Júpiter y él mismo es ignorante de su propia vida. Sin embargo, cuando el propio dolor removió esta nube de mi espíritu, y, finalmente, mis sentidos se restablecieron, dirijo, por última vez, la palabra, a punto de irme, a mis tristes amigos, que, de muchos, sólo había alguno que otro. Mi amante esposa me retenía a mí que estaba llorando, llorando ella misma más amargamente, cayendo sin cesar una lluvia por sus mejillas, que no lo merecían. Mi hija estaba ausente lejos en las orillas líbicas, y no podía ser conocedora de mi destino. A donde quiera que miraras, dolor y gemidos sonaban, y dentro el aspecto era de un funeral no silencioso. Mujeres y hombres, también esclavos lloraban en mi funeral y en la casa todo rincón tiene lágrimas: si es posible usar grandes ejemplos en las pequeñas cosas, éste era el aspecto de Troya, cuando era tomada.
     Y ya descansaban las voces de hombres y perros y la alta Luna regía sus nocturnos caballos: yo, mirando a esta y distinguiendo a su luz el Capitolio, que en vano estuvo junto a nuestro lar, digo "Divinidades que habitáis en sedes vecinas, y templos que ya nunca han de ser vistos por mis ojos, y dioses que deben ser dejados, los cuales tiene la alta ciudad de Quirino, ¡sed saludados por mí para siempre!" Y aunque tarde tomo el escudo después de las heridas, sin embargo, descargad esta huida de odios, y al varón celestial, qué error me perdió, decid, para que no piense que es un crimen en lugar de una falta, para que el autor del castigo también sienta lo que vosotros sabéis: aplacado el dios, no puedo ser desgraciado." Con esta súplica imploré yo a los dioses, con más mi esposa, entrecortando el sollozo sus palabras por la mitad. Ella también, postrada ante los Lares con los cabellos desgreñados, toca con su boca temblorosa el apagado hogar, y dirigió a los Penates que estaban enfrente muchas palabras que no iban a valer en favor de su deplorado esposo.


     Y ya la noche que se había precipitado negaba espacio a la demora y la Osa Mayor se había girado sobre su propio eje. ¿Qué debía hacer? Me detenía por el cariñoso amor a mi patria, pero aquella noche era la última para una huida impuesta. ¡Ah! Cuántas veces dije, cuando alguno me daba prisas, "¿por qué te precipitas? ¡Mira a dónde y de dónde te apresuras a marchar!" ¡Ah! Cuántas veces fingí que yo tenía decidida la hora, que sería conveniente para el viaje propuesto. Tres veces toqué el umbral, tres veces me volví atrás, y mi mismo pie, indulgente con mi espíritu, me era lento. Habiendo dicho "adiós" muchas veces, de nuevo dije muchas cosas y di los últimos besos casi alejándome. Muchas veces di los mismos encargos y me engañé a mi mismo, volviéndome a mirar mis queridas prendas con mis propios ojos. Y, finalmente, "¿Por qué me apresuro? Es Escitia, a donde somos enviados", digo, "Roma debe ser abondanada, ¡una y otra demora son justas! Mi esposa, viva, se me niega para siempre a mí, vivo, y mi casa y los dulces miembros de mi leal casa, y los compañeros a los que amé de manera fraterna, ¡Oh corazones unidos a mí con fidelidad tesea! Mientras es posible, os abrazaré: quizá nunca más será posible; en ganancia es la hora que se me da." Y no hay demora, dejo las palabras de la conversación inacabadas, abrazando todas las cosas cercanas a mí espíritu.
     Mientras hablo y lloramos, brillantísimo en el alto cielo, estrella funesta para nosotros, Lucifer había surgido: me separo no de manera distinta que si dejara mis miembros y parece que una parte sea arrancada de su propio cuerpo. Así se dolió Metio cuando tuvo caballos vueltos hacia sitios contrarios como vengadores de la traición. Entonces, en verdad, surge el clamor y los gemidos de los míos y las tristes manos hieren los desnudos pechos. Entonces, en verdad, mi esposa colgándose de mis hombros, cuando me marchaba, mezcló estas tristes palabras con sus lágrimas: "No puedes separarte de mí: a la vez de aquí, a la vez nos iremos", dice, "te seguiré y seré la esposa exiliada de un exiliado. También para mí está abierto el camino, también a mí me acogerá la última tierra: me añadiré como pequeña carga a la prófuga nave. A ti te ordena marchar de la patria la ira de César, a mí el amor: este amor será para mí César." Tales cosas sugería, como había sugerido antes, y apenas cedió vencida por la utilidad. Salgo (¿o aquello era ser llevado sin funeral?) sucio con la cabellera suelta por el rostro sin afeitar.

     Se me cuenta que ella, loca de dolor, surgidas las tinieblas, cayó semiviva en medio de la casa, y que cuando se reanimó con los cabellos manchados de repugnante polvo y levantó sus miembros del gélido suelo, ya se lamentaba de ella misma, ya de los Penates abandonados, y que a menudo invocó el nombre de su arrebatado esposo, y que no gimió menos que si hubiera visto que unas piras preparadas tenían el cuerpo de su hija y el mío, y que quiso morir, muriendo perder el sentido, y que, sin embargo, no pereció por consideración a mí. ¡Que viva y, puesto que así lo decidieron los Hados, que viva para apoyarme, a mí ausente, continuamente con su ayuda!

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Ovidio y su Obra