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Lycidas Quo te, Moeri, pedes? An, quo uia ducit, in urbem?
O Lycida, uiui peruenimus, aduena nostri Lycidas Certe equidem audieram, qua se subducere colles
Audieras, et fama fuit; sed carmina tantum
Heu! Cadit in quemquam tantum scelus? Heu! Tua nobis
Immo haec quae Varo, necdum perfecta, canebat: Lycidas Sic tua Cyrneas fugiant examina taxos, Moeris Id quidem ago et tacitus, Lycida, mecum ipse uoluto,
Quid, quae te pura solum sub nocte canentem Moeris Omnia fert aetas, animum quoque; saepe ego longos
Causando nostros in longum ducis amores. Moeris Desine plura, puer, et quod nunc instat agamus. |
¿Adónde te llevan los pies, Meris? ¿Adónde lleva el camino, a la ciudad? ¡Oh Lícidas!, he llegado a vivir para que un advenedizo (cosa que nunca había temido), poseedor de mi campillo, dijera: "Esto es mío, emigrad viejos colonos." Ahora vencidos, tristes, puesto que la fortuna lo cambia todo, a aquél le enviamos estos cabritos (¡ojalá no le siente bien!). Desde luego había oído que, por donde empiezan a levantarse las colinas y a descender la cima en suave pendiente, hasta el agua y las viejas hayas, ya con las copas destrozadas, todo lo había salvado vuestro Menalcas con sus cantos. Lo habías oído y fue un rumor; pero mis versos, Lícidas, valen tanto entre las armas de Marte como dicen que las palomas caonias, llegando el águila. Porque si una corneja desde una hueca encina, a mi izquierda, no me hubiera advertido antes de que yo cortara de cualquier modo los nuevos pleitos, no estaría vivo ni este tu Meris, ni el mismo Menalcas. ¡Ay! ¿Puede caer en alguien tan gran crimen? ¡Ay! ¡Tus consuelos me fueron arrebatados contigo casi al mismo tiempo, Menalcas! ¿Quién cantará a las Ninfas? ¿Quién cubrirá el suelo de hierbas florecientes o revestirá las fuentes de sombra verde? ¿O los cantos que hace poco, callado, te escuché cuando te movías hacia nuestra delicia, Amarilis? "Títiro, mientras vuelvo (es corto el camino) apacienta las cabrillas; cuando pasten, llévalas a beber y mientras las llevas, guárdate de ponerte delante del macho cabrío (aquél hiere con el cuerno)." Más bien esta, aún no acabada, que cantaba a Varo: "Varo, con tal que nos sobreviva Mantua, ay, Mantua demasiado cercana a la infeliz Cremona, los cisnes cantando tu nombre lo llevarán por el aire a las estrellas." ¡Ojalá tus enjambres rehúyan los tejos de Cirneas, ojalá tus vacas que se alimentan de citiso llenen sus ubres!, empieza si tienes algo. También me hicieron a mí poeta las Piérides; yo también tengo cantos; a mí también me llaman vate los pastores: pero yo no los creo; pues aún me parece que no he hablado nada digno de Vario ni de Cinna sino que hago estrépito como el ganso entre los melodiosos cisnes. A esto voy ciertamente y en silencio, Lícidas, conmigo mismo le doy vueltas, a ver si soy capaz de acordarme; y no es un poema desconocido: "Ven aquí, oh Galatea: pues ¿qué juego es ese en las olas? Aquí la primavera púrpura, aquí derrama la tierra sus flores variadas al borde de los ríos; aquí el álamo blanco se levanta ante el antro y las vides flexibles tejen sombrajos. Ven aquí; deja que las olas furiosas batan la costa." ¿Qué sobre esas cosas que te había oído cantar solo en la noche pura? Recuerdo el ritmo, si tuviera las palabras: "Dafnis, ¿por qué miras los antiguos nacimientos de los astros? He aquí que ha salido el astro de César, el de Dione, astro con el que gozan las mieses de sus granos, con el que la uva toma color en los collados soleados. Dafnis, injerta los perales: tus nietos recogerán los frutos." Todo se lleva la edad, incluso la memoria; recuerdo que a menudo yo, niño, cantaba a lo largo del día hasta la puesta del sol: tantos poemas olvidados ahora por mí y la misma voz también abandona ya a Meris: los lobos vieron a Meris primero. Pero, sin embargo, Menalcas te cantará estos bastantes veces. Pretextando das largas a nuestros amores. Y ahora se calla toda la llanura extendida ante ti y, mira, todas las brisas con su murmullo de viento se han echado. Desde aquí nos queda todavía medio camino; pues empieza a aparecer la tumba de Biánor. Aquí, donde los agricultores arrancan el denso follaje, aquí, Meris, cantemos: aquí deja los cabritos, sin embargo, llegaremos a la ciudad. O, si tememos que la noche traiga antes lluvia, conviene que vayamos adelante cantando (el camino molesta menos): para que vayamos cantando, yo te aliviaré de este haz. Déjalo ya, muchacho, y hagamos lo que urge ahora Cantaremos mejor las canciones entonces, cuando venga él. |